El blog del Puto Parao

Decimonovena entrega: You are just that: another brick in the wall

Escogido lector,

una de las ventajas de ser jefe es que puedes decirle a los que van por detrás: no quiero problemas, búscate la vida y no des por culo.

Cuando eres receptor de esa información, tu cerebro enseguida asimila que a ese señor tan arrogante es mejor no acudir para nada. En tu primera inocencia, habías imaginado que era justo al contrario, que puesto que es a ese señor al que debes rendir cuentas, también debías tenerlo al tanto de los problemas cotidianos, de lo que prevés que pueda salir mal. Si llegas a espabilar, verás que ese tío está ahí para ponerse medallas y culpar a otros de los fiascos.

Y eso en el mejor de los casos.

En los ochocientos (800) años de mi vida empleados en manipular mierda, he estado pocas veces en un puesto que implicara coordinar el trabajo de otros. No voy a juzgarme en esa faceta, porque todos tendemos a tener una injustificada buena opinión de nosotros mismos, pero creo que nunca pequé de arrogancia, que los temores de esas personas fueron mis temores y sus satisfacciones (laborales) fueron las mías. Me gustaría pensar que fue así.

Si me comparan con otros, quizás predomine la opinión de que no estuve a la altura, pero yo me alegro de no parecerme a ellos. Cuando ves el despotismo de gente sin cerebro, de ojitos pequeños y crueles con dos ideítas muy justas y egoístas, entre los que no cabe la autocrítica, lo normal es alegrarte de no estar bajo su puto mando, en primer lugar; y de no ser como ellos, en segundo lugar. Gente que controla la jornada de otros sin saber que su comportamiento ogresco es un destilado de sus frustraciones, de su ignorancia y de su falta de criterio moral. Si pudieran verse con otros ojos, quizás no serían así. Pero la única dimensión en la que se sienten cómodos es en la que dicta su propio interés, y en esa dimensión no hay espacio para la contradicción o la duda: lo que me beneficia es lo justo y no hay nada más que hablar.

En la forma de organización del trabajo que padecemos no hay almas puras, no hay beatos laicos. El lugar que cada uno ocupa en el engranaje no es casi nunca una decisión individual. Un ciudadano ingenuo no tiene el conocimiento necesario para sospechar que la mierda de perro que ha pisado no estaba ahí por azar, sino que le estaba esperando, que la habían colocado ahí de un modo elaborado y metódico.

Es curioso, lector, que se hable tanto de libre albedrío y libertad individual y a la vez esté todo tan controlado y acotado. La única libertad que veo campar a sus anchas por todos lados es la de explotar y putear a tu semejante todo lo que puedas.

Volver al índice

Ir a la vigésima entrega