El blog del Puto Parao

Decimoséptima entrega: El cerdo

Imaginado lector,

hay momentos de los que aún no te he hablado porque sólo hace dos (2) días que me mandaron al paro y no he rumiado del todo algunos acontecimientos muy desagradables.

De momento, te puedo decir que hay pocas cosas de las que pueda sentirme orgulloso, pero, entre ellas, destaca una: yo sé a ciencia cierta que no soy un chivato. Para mí esto es especialmente importante por dos razones: en primer lugar, (me) lo he demostrado; en segundo lugar, me diferencia claramente de cierta gentuza que conocí durante los siglos (8) que dediqué a manipular mierda.

Decían los reyes católicos, en expresión elaborada conjuntamente, que no hay que atribuir nunca a la maldad lo que se puede achacar exclusivamente a la estupidez. Por otro lado, y por seguir con citas eruditas, decía Perorato del Palo Enhiesto, que no hay cosa más nociva que darle poder a un idiota y que no hay nada más peligroso que un tonto con mala leche. En mi opinión, la experiencia confirma todo ese andamiaje filosófico.

He conocido individuos rastreros hasta límites que te parecerían caricaturescos. Hace cientos de años hubo un menda que entró para ser algo así como administrador jefe. En el poco tiempo que estuvo en las oficinas, no pasó un solo día en que no hablara mal de alguien, en que no se atribuyera hazañas imaginarias que mostraban su profundo amor por la corporación, en que no echara innecesarias y estúpidas horas extra, en que no le comiera el nabo al entonces jefe con untuosa fruición. Era muy bajito y aquel jefe era muy alto, por lo que la labor no carecía de cierta colaboración por parte de la santa madre naturaleza.

En el centro de acondicionamiento y reubicación de excrementos hay una especie de campana acristalada que queda aislada del olor generado por la materia prima. Contiene (la campana, no la materia prima), entre otras cosas, la típica máquina expendedora de café. En cuanto aparecía algún mandamás, allí estaba otro cierto individuo lisonjero invitando y encobando a la visita como un pavo real, explicando su visión del mundo en general y la organización del trabajo en particular. En lo que tarda un café en enfriarse, el mandamás era puesto al corriente de todo lo que necesitaba saber para despedir a éste, promocionar al otro (él mismo, sin ir más lejos), cambiar a cierto colaborador externo o cualquier otro asunto que el plumífero considerara oportuno.

Tiempo habrá para que te cuente cosas menos genéricas, lector ocioso, porque necesitaré varias entregas para desembuchar procesos en que la maldad y la estupidez van corriendo parejas a medida que se escala en ese mundillo de mierda.

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