El blog del Puto Parao

Decimosexta entrega: Dogs

Raro lector,

en algún lugar dejé caer que no entendí que, después de ochocientos (800) años, la empresa de la que te hablo repetidamente me despidiera de un modo tan desconsiderado. No fui del todo sincero. Conozco perfectamente la causa de mi despido y la de tantos otros. Y de la reducción de rutas de reubicación y los descuentos en las comisiones de los colaboradores de calle. Como en tantos otros casos, los amos cometen los errores y los trabajadores los pagan. No fue su primer error, pero para mí fue el último.

Hete aquí que se hallaba el amo supremo paseando por una amplia avenida, de día, un día radiante, con los pajarillos cantando y volando despreocupados por entre los mismos árboles que proporcionaban sombra a los viandantes, cuando observó que por todos lados la gente compraba coleccionables con cursos de idiomas, volúmenes de filosofía, coches de época, sombreros de Napoleón y mil y una cosas dispares. A la vez, el gran estratega observó que no había ni una sola mierda que pisar en kilómetros a la redonda, porque, como él bien sabía, por sus zonas de tránsito estaba prohibido reubicar excrementos. Sólo estaba autorizada la recogida (es una confirmación más del viejo refrán: “en casa del herrero, cuchara de palo”). Y pensó: “coño, tenemos excedentes, abundantes y variados, que no quiero que se empleen en las zonas donde vive la gente de bien; esa gente compra coleccionables; pues ya está: vamos a venderle los excedentes en forma de coleccionable a la gente de bien”.

Al día siguiente, creo que era jueves, convocó a todos sus ejecutivos, y con gran vehemencia -desproporcionada, puesto que nadie le iba a llevar la contraria- y sin mucha elocuencia -siendo el amo no es precisa- les expuso su nueva idea genial para sacarle todo el partido a nuestra red excramental:

- Vamos a homogeneizar por razas todos nuestros excedentes, los vamos a poner muy bonitos y los vamos a convertir en un coleccionable. “Mierdas de perro: coleccione los excrementos de todas las razas. Cada semana una nueva entrega en su quiosco. Expositor artesanal exclusivo para los suscriptores”. Lo vamos a petar.

Y así fue como la corporación se metió hasta las cejas en el nuevo proyecto del amo: se alquilaron imprentas, se contrataron maquetadores y los mejores expertos en márquetin, se compró una costosa maquinaria de embalaje y no se escatimó en publicidad machacona por tierra, mar y aire. Los colaboradores de calle se vieron obligados a trabajar más horas para entregar esta nueva mercancía en horarios convencionales (sin ver un duro adicional, claro). Tardaría horas en explicarte el impresionante despliegue logístico y económico que se puso a disposición de la idea, que había venido para quedarse.

Resultó, sin embargo, oh amarga sorpresa, que la gente no quiso meter en su casa ninguna de las mierdas anunciadas, fuera grande o pequeña, de chihuahua o de husky.

El amo culpó de todo a la desgana y al poco amor por el trabajo y la innovación de sus súbditos. No podía creer que una idea tan cojonuda hubiera fracasado. Volvió a reunir a sus ejecutivos y les exigió que implementaran medidas para enjugar las enormes pérdidas que sólo su inmensa gilipollez había provocado.

Dejaré a tu imaginación, sagacísimo lector, intuir cuáles fueron las medidas implementadas.

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