Decimotercera entrega: The Shit Ov God
Persistente lector,
cuando te cuente esto, quizás vas a pensar que estoy poniendo a prueba tu paciencia con historias inverosímiles.
No hace muchos cientos de años, tuvimos un subamo en las alturas que iba a misa ("de 8", por más señas) todos los días. Te entiendo: yo también pensaba que no existían ya individuos así, pero te juro por la mierda de Snoopy que no me lo estoy inventando. Creo que el amo lo echó por ladrón o por desviar dinero de la corporación a su secta. No supimos mucho, pero fue un alivio.
El individuo se dedicaba a pasearse por todas las instalaciones metiendo sus inmensas narices por todos los rincones. Cuando nos visitó a nosotros, olió, una por una, todas las mierdas de perro ya preparadas para la distribución, y a muchas de ellas no les dio el visto bueno. Eso implicó que muchos de los colaboradores autónomos se quedaran ese día sin jornal.
Después se interesó por los proyectos de diversificación excramental y ni uno solo le pareció de calidad aceptable: todos los experimentos a la basura y a centrarse en las deposiciones caninas.
Acercándose las navidades, por cojones teníamos que ir a escuchar su discurso y a hacerle palmas. En vez de tanto rogarle a niños divinos y vírgenes sospechosas para que nos alumbraran en nuestras madrugadas de mierda, podría haber guardado algunas plegarias para sí mismo, visto su final. Su desagradable tono de voz sacerdotal se te incrustaba en los tímpanos durante días. Recitaba de memoria datos estadísticos sobre la implantación de la empresa, las miles de mierdas recogidas y redistribuidas a diario, la inmensa flota de vehículos de que disponía (mentira cochina, porque todos eran propiedad de los colaboradores de calle), la cantidad de discursos ante tal o cual cantidad de personas que llevaba pronunciados, y cosas así. Intentaba aleccionarnos con la historia de una mierda especialmente difícil que, gracias a la constancia y el amor por el trabajo bien hecho de un operario de Arkansuelas de Potadilla, había sido pisada hasta en tres ocasiones por tres sujetos diferentes en una zona poco habitada. O la de aquella recogida de mierda con un metro y medio de nieve en la acera, que implicó desenterrar a base de palas una mierda impecablemente conservada y vistosa. O aquella ocasión en la que el mismísimo monarca había pisado una hermosa mierda de mastín y le había llamado personalmente para felicitarle. Felicitación de la que nos hizo partícipes a todos.
No creo que nadie le echara de menos, incrédulo lector.