El blog del Puto Parao

Octava entrega: Mierda

Pudoroso lector,

quizás esta entrega sea la que menos te plazca de entre las presentes y futuras, si es que en alguna encontraste o encontrarás algún tipo de entretenimiento. Quizás, repito, sea mejor que te la saltes, pues te advierto de que voy a hacer comparaciones entre las mierdas que recogía la empresa para la que trabajé durante ochocientos (800) años y las mierdas que expulsamos los que vamos a dos patas.

Es posible que estés considerando indecoroso el contenido de estas entregas, pues con frecuencia hacen referencia a los tiempos tan cercanos en que no era un puto parao y contribuía con mi modesto pero esforzado empeño a recolocar excrementos perrunos para que estos fueran pisados por ciudadanos como tú. El éxito de la misión implicaba molestias para esos ciudadanos, pero es mi experimentada opinión que más aún se hubieran molestado si de mierdas humanas se hubiera tratado. En la misma medida, si el tema de la mierda es de por sí incómodo, tratándose de la producción propia, la incomodidad ha de aumentar.

La textura, composición, tamaño o absorción de nutrientes, por citar algunas variables, de la mierda de perro, llevan a concluir que es mucho más -digamos- sana que la nuestra. Siendo de naturaleza glotona, el cánido doméstico alimentado de un modo saludable no excretará toxinas propias del humano civilizado, que come, bebe, y de una forma u otra absorbe sustancias que hacen que el tamaño sea lo menos importante a la hora de comparar deposiciones.

Un famoso vagabundo, Enry Choni Sky creo que era su nombre, se preciaba de haber vivido tanto tiempo gracias a beber sólo cerveza y vino aceptables y también de cagar unas mierdas apestosas en el retrete compartido de alguna piojosa pensión. Él atribuía ese olor característico precisamente a la cerveza ingerida. Si el olor a él mismo le resultaba insufrible, no quiero pensar cómo le resultaría al resto de usuarios de la letrina. Habremos de convenir en que, si nos dan a elegir entre pisar la mierda de un perro, sea aristócrata o callejero, o la de una persona de la más alta alcurnia, escogeremos sin duda alguna la del can, por parecernos algo menos asqueroso, a pesar de que todos somos productores.

Ante estos hechos, sufrido lector, siempre seguiré preguntándome por qué la corporación que me despidió de un modo tan inmisericorde se dedicaba, principalmente, a las mierdas de perro. Pues si bien, como ya queda dicho en otro lado, son abundantes y asequibles, más abundante y asequible hubiera sido utilizar los excrementos, sin ir más lejos, de los empleados asalariados o colaboradores. De esta forma, en lugar de dedicarse a la recogida y recolocación, podría haber simplificado la logística produciendo lo mismo que distribuyen. Como es natural, los ejecutivos hubieran quedado exentos: toda su mierda es improductiva.

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