Quinta entrega: Some of those that work forces are the same that burn crosses
Hipotético lector,
la vida de un puto parao no se parece en nada a la de un jubilao, y eso a pesar de que a mi edad hay muchos que ya están cobrando una pensión. Y no son, precisamente, los que han estado dos mil (2000) años subidos a un andamio o arando la tierra.
La incertidumbre es lo que más me diferencia de un pensionista. No puedo disfrutar de estar libre del yugo del patrón porque la “prestación por desempleo” es finita y después viene un horizonte de cuitas y congojas.
De modo que no me dedico a entusiasmarme con las maniobras de una grúa que sube y baja palets de ladrillos o losas. Sí que ando por la calle, muy a mi pesar, fijándome en los que tienen un empleo. Muchos tienen uniformes: gorras de pintor con visera blanca, calzados de seguridad, muchachas que llegan tarde a abrir la tienda, monos de colores sufridos, chalecos amarillos que brillan un poco menos cuando los lavados les van quitando lustre, caras seguras de funcionario y todo eso que puedes imaginar. Muchos son, con toda seguridad, más competentes que yo. No siento envidia. Te lo juro, improbable lector. Tengo en mi cabeza pocas cosas que reconozco como buenas, pero puedo decir que no me entristezco con el bien ajeno. Me gusta, me gusta que a la gente le vaya bien.
Sin embargo, he de decir que para el odio sí tengo espacio en mi desorganizado cerebro. Intenta comprenderme. Vente conmigo a la puerta de un bar de copas y sigue los pasos de ese madero que acaba de salir a echarse un cigarrillo mientras salen sus putos compis. No sé qué habrá ingerido. Puede que zumo de gambas con guacamole o puede que ron añejo. Puede que se empolve la nariz. No sé, pero sí veo el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza. Ufano, cabitieso, con los ojitos menudos incrustaditos en su cerebrito hormonado, lo observa todo con aire desafiante. El orgullo rezuma por toda la gomina de su pelo repeinado. Pipa y porra al ristre. Chapa y chaleco antibalas. Tiene toda la puta pinta de pertenecer al sindicato fascista mayoritario entre su casta. Una casta a la que entrenamos y armamos para que nos metan miedo, para que nos acojonen con sus simplezas patrióticas, con sus putas banderitas.
Es una idea cojonuda, pagarles para que nos peguen. Cuando los ciudadanos ilustres nos hablan de recortes, nunca son en gasto militar o, en general, gasto en chulos de mierda.
Lo sé, enfadado lector, para ser un puto parao no soy nada comedido.