El blog del Puto Parao

Sexta entrega: En mi calle hay una acera gris

Aburrido lector,

créeme si te digo que desde que fui despedido, no he pisado ni una sola mierda de perro.

Con tu rápido ingenio, es más que seguro que te percataras de la ironía cuando, en otro sitio, me reía de la limpieza de la corporación urbana que contribuyo, en la medida que ellos consideran mis posibilidades, a sostener. No existen cabezas altivas (salvo la de los maderos). Todo el mundo estudia el suelo con detenimiento para no sentir bajo la suela de su calzado esa repentina sensación resbaladiza, como de tierras movedizas, ese olor a naturaleza excretada. Por eso es tan difícil colocar adecuadamente la deposición canina en el sitio apropiado.

La inteligencia artificial consigue, como te dije, que la probabilidad de ser pisadas se acerque al 50% en el caso de las mierdas colocadas artificialmente por la organización. Por solidaridad con el personal autónomo de reparto, yo he puesto mi granito contributivo pisando un sinnúmero de ellas. No cuesta nada echarle un cable al compañero. Para alguien ajeno a este mundo casi puede parecer un acto de heroicidad, pero para nosotros, acostumbrados a manipular mierda, es algo absolutamente natural y sin importancia.

Ahora bien, repito, no he tocado una mierda de puto perro desde que fui despedido hace dos (2) días. Y no pienso hacerlo ni por equivocación, inercia o costumbre. No es mi intención, curioso lector, influir en tu comportamiento. Si después de haberte acercado un poco al mundo de la distribución de excrementos caninos, consideras un deber ciudadano contribuir con tu pisada, usa tu propio criterio. Comprenderás que yo no lo haga, movido por el resentimiento.

Qué lejos me parecen ahora las madrugadas en que observaba el orgullo con que alguien se preciaba de que su mierda había sido pisada, sin saber que no el azar, que no la logística, que no la moderna informática, habían, en esa ocasión, originado el éxito: la solidaridad, y no otra cosa, había pisado esa mierda, de un modo altruista, sin buscar medallas o aplausos. Claro está que esto no lo hacía por todo el mundo: en primer lugar, tenía que ser una mierda que no me apartara mucho de mi deambular rutinario, porque uno puede ser solidario, pero sin pasarse; en segundo lugar, jamás hubiera pisado la mierda de alguno de los caraculos que por allí han pasado.

No soy perfecto, impensable lector, como ya habrás intuido. Sólo soy un puto parao resentido con mucho tiempo para recordar, con muchas ansias de venganza que nunca se verán satisfechas, para bien o para mal.

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