Tercera entrega: Mierdas de perro
Curioso lector,
es más que probable que jamás te hayas parado a pensar en la ingente cantidad de trabajo que esconde el fascinante mundo de la redistribución de los excrementos animales. ¿Te habrás cuestionado alguna vez si hay algo más humilde, barato y abundante que las deposiciones caninas?
Podría pasarme horas hablándote de las diferencias entre las razas, especialmente sobre las que abundan en el entorno urbano, o de las posibles enfermedades o indisposiciones transitorias que pueda estar padeciendo el can excretor. Los más de ochocientos (800) años de mi vida invertidos en esos y en otros conocimientos relacionados ahora no me son de ninguna utilidad, como no sea la de instruirte en un mundo del que -apuesto- no sabías nada.
Una mierda que lleve tres días en el mismo sitio no vale una mierda, valga la redundancia. Los peatones habituales ya la han visto varias veces en la misma acera y, una vez que las inclemencias atmosféricas se han encargado de restarle frescor, ni siquiera un peatón ocasional la pisará. Sin embargo, esa misma mierda, recogida con cariño por uno de los agentes autónomos de calle y reacondicionada en la nave de redistribución con todo el esmero, puede volver a tener una nueva oportunidad en otra ubicación elegida por nuestro complejo sistema estadístico, que maneja un sinfín de variables y proporciona un sitio idóneo con un tanto por ciento altísimo de acierto. Para que te hagas una idea, paciente lector, cálculos científicos han determinado que, mientras que una mierda depositada de modo natural por un perro cualquiera tiene sólo un 17.3% de posibilidades de ser pisada, una mierda colocada mediante nuestro sistema se acerca casi al 50%. Ahí es nada.
Sobra decir que el trabajo de recogida y reposición ha de hacerse siempre antes de que la ciudad empiece a bullir, no sólo por conveniencia logística, sino también porque la discreción es indispensable en este tipo de labor. Un operario sorprendido en el momento de colocar la muestra levantará la sospecha ciudadana y su trabajo prácticamente habrá quedado invalidado.
Te comentaba en otro sitio que nunca he sabido muy bien de qué modo se transformaba en dinero este esfuerzo colectivo. Te voy a añadir una sospecha: el estado, de un modo u otro, subvenciona estas operaciones e incluso influye en las variables que maneja el software de reubicación. Piensa, por ejemplo, que en un barrio donde de repente varios ciudadanos se presentan a trabajar, o a estudiar, o a comprar el pan, cabreados por el olor (¡lo que es la falta de costumbre!) o la suciedad en su calzado, el factor de irritación puede acumularse a otros factores y ser el germen de disturbios. Por el contrario, un barrio olvidado a propósito por las rutas de reparto dejará de añadir ese factor a la conflictividad cotidiana. Además, nadie, excepto ahora mi informado lector, pensará jamás que su pequeño accidente (como el mío con la bola de remolque) ha sido planificado por una compleja estructura excramental.
Cuántas cosas habrá, ingenuo lector, que, por quedar lejos de nuestra esfera de conocimiento, influyan en nuestro comportamiento sin que lleguemos a sospechar que no son los hilos del azar los que mueven los acontecimientos.