El blog del Puto Parao

Trigésima entrega: Hueso na más

Inalcanzable lector,

si hay algo que me echan en cara aquellos que me conocen, aparte de mi pesimismo, es la tendencia a la exageración y al esperpento. Por ejemplo, si te has animado a echarle un vistazo a estas mis tristes entregas, habrás observado que machaconamente hablo de ochocientos (800) años para referirme al tiempo que empleé en la liturgia excramental y de dos (2) días para el que ha pasado desde mi nefasto despido. Hipérbole tan elemental está empezando a cansarme hasta a mí, pero, en fin, por mor de la coherencia he mantenido esas ridículas magnitudes temporales.

Me ponga como me ponga, no fue tanto tiempo el que pasé apegado a un trabajo de mierda -aunque sí que parecen siglos-, ni es tan poco el que llevo siendo un puto parao. Pasan los meses y las rutinas absurdas en las que he intentado enfrascarme no edulcoran la ausencia de una esclavitud horaria que necesariamente ha de empezar con un despertador*. Hay amables y eruditos conocidos que me animan diciéndome que, dada mi edad, hay muchas posibilidades de que mi exclusión del mercado de la carne sea definitiva. El tiempo parece darles la razón, pero no consigue desanimarme: mi capacidad para distorsionar la realidad hasta llevarla al absurdo me mantiene en forma mental, ya que no física.

Si no fuera por mi egotista empeño en reducirlo todo a sus aspectos más ridículos, difícilmente podría sobrellevar la carga de haber desperdiciado mi valioso tiempo clasificando, reconstruyendo y maquillando excrementos caninos para una empresa de la que aún hoy desconozco cómo convertía en dinero una actividad tan mierdosa y molesta para el ciudadano. Y sí, tienes razón, nadie excepto yo considera valioso mi tiempo, pero mientras estuve en nómina mi tiempo al menos tenía un valor nominal.

No sé, tolerante lector, hasta qué punto te aburren mis pobres recursos retóricos y mis reiterativas idas y venidas por el Callejón del Gato. Considera, si te molestas en concederme esa bondad, que mi vida laboral ya fue de por sí esperpéntica y que mi pesimismo y mi tendencia a la exageración son simples consecuencias de un mínimo empleo de la materia gris que pueda albergar mi testuz. Para mí los ministros ni están visibles ni están audibles, pero no porque sea ciego, como el poeta, sino porque, como tú, sólo soy un insignificante mojón que espera en la acera algún tipo de acontecimiento.

*Dicho sea de paso: se vende despertador por falta de uso. Como nuevo. Lo compré poco antes de que hasta este aparato digital prescindiera de mí.

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