El blog del Puto Parao

Vigesimoctava entrega: Bullet In The Head

Se me ocurre, insospechado lector, que podrías haber deducido de estas mis entregas que reacondicionar mierdas de perro no parece una actividad recomendable, encomiable o noticiable (mark this, que diría un inglés).

En sí misma, cuando tus cinco sentidos están puestos en la tarea, no podrías diferenciar mi vida laboral de la de un orfebre o la de un entomólogo enamorado de una cucaracha. Hay montones de fobias asociadas con el pavor o asco a este insecto, pero el estudioso le da todas las vueltas posibles al bicho, lo fotografía o dibuja con arrobo y, en definitiva, mantiene una amorosa relación con su objeto de investigación.

Cuando las tienes tan cerca, día tras día, y te tomas en serio tu trabajo, las mierdas de perro son fascinantes. Las recogen de la calle sequitas, mustias, desabridas. Mi empeño siempre era devolverles su frescor, su apariencia original, su olor a mierda, sin artificios, sin ostentación ornamental. Siempre se trataba de convertir un excremento no pisado, infructuoso, en algo digno de ser colocado en la calle de la manera más inteligente posible.

Los perros no son muy escrupulosos con sus deposiciones sólidas. Algunos son maniáticos y siempre se inspiran en el mismo lugar. Los hay que cagan en el roalillo que rodea a determinado árbol. Otros sueltan la plasta donde les viene en gana, sin manías. Pues bien, como no me canso de repetir, la ciencia supera con creces esta disposición arbitraria o caprichosa del perro, y puede predecir con un gran porcentaje de posibilidades el lugar donde una mierda tiene más posibilidades de ser pisada. Es la clave del negocio (aunque sigo sin saber en qué momento se produce el lucro por el salario que percibía). ¿Quién coño va a meter el pie sobre una mierda depositada en un alcorque? Nuestro sistema logístico era mucho más fiable.

Por el contrario, estos animales de compañía se toman muchas molestias con su orina. A pesar de los miles de años en que dejaron de ser salvajes, su instinto les insta a dosificarla y utilizarla para marcar su inexistente territorio, para mostrarse dispuestos a interactuar sexualmente con sus congéneres (pobres ilusos), o, simplemente, a modo de gacetilla informativa. Como dije en otro lugar, y forma parte de la sabiduría popular, es como si estuvieran leyendo el periódico (aunque acceden a las noticias de su interés sin intermediarios -mark this).

Manipular mierdas, por supuesto, no se puede comparar sin forzar muchísimo el argumento con el trabajo de un periodista, un honrado ciudadano que tiene el privilegio de conocer la realidad de primera mano y comunicarla sin ambages a los consumidores. Esa comparación sería, inopinado lector, como insinuar que el negocio en el que me he desempeñado durante los últimos ocho (8) siglos tiene algo que ver con la transformación de algo muerto en algo vivo, de algo real en algo mentiroso.

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