El blog del Puto Parao

Vigesimoprimera entrega: Aserejé

Perspicaz lector,

estoy convencido de que, tras leer alguna de estas entregas, te estás preguntando qué repercusiones tienen mis revelaciones para el prestigio de una corporación que reubica excrementos caninos. ¿Me vigilan? ¿Han intentado silenciarme o comprar mi silencio? La respuesta es un decepcionante “NO”. Nadie está leyendo estas entregas y si alguien las ha leído no les ha dado la más mínima importancia.

Miles de personas estuvieron en y salieron de ese mundo y a nadie se le pidió un compromiso de confidencialidad. Parece irrelevante si esas personas cuentan o dejan de contar a qué se dedica la empresa. Es como si una neblina lo tapara todo.

Ya hace unos siglos se nos hizo saber que circulaba un panfleto firmado por un tal Ramón Apechugo Naredonda y titulado ¿Por qué siempre hay una mierda diferente en la misma baldosa? El autor o autora daba claramente en el blanco en cuanto a las consecuencias: efectivamente, es sospechoso que desaparezca una mierda pisada y aparezca otra sin pisar justo en el mismo lugar. Está claro que este científico no era muy madrugador. Si se hubiera tomado la molestia de vigilar la baldosa por las noches, habría sorprendido in fraganti al poco creativo colaborador de calle que se pasaba por el forro las indicaciones recibidas, y cómodamente soltaba una mierda siempre en el lugar que le garantizaba un éxito facilón.

Desconociendo así las causas reales de las apariciones mierdianas, nuestro investigador aficionado las atribuía a intervenciones alienígenas. Raritos son, desde luego, los repartidores de la empresa, pero no son de otro planeta, lo mires por donde lo mires. Con teorías así de alucinadas, nadie se pudo tomar en serio las verdades que contenía el mencionado panfleto.

Varias decenas de años después, oímos hablar de un cura zumbao (permítaseme la redundancia) que despotricaba en sus sermones contra una secta satánica que se burlaba de la verdadera fe y de las procesiones y otros ritos religiosos. Dedujimos que el oficiante habría llegado a enterarse de una pequeña broma privada entre los trabajadores de la corporación, que consistía en llamar “liturgia excramental” a nuestros procesos de manipulación, y de ahí, con sus pocas luces, relacionaba nuestra labor con algún tipo de secta o burla.

Se da la circunstancia de que sus homilías eran presenciadas casi exclusivamente por señoras mayores bastante sordas a las que les daba igual el contenido de la celebración. Al poco tiempo fue trasladado -más por su gerontofilia que por sus disparatados sermones- a un país donde los perros sólo se ven en granjas para consumo humano.

Resulta sorpendente, distinguido lector, que una empresa con tanta burocracia, tantos trabajadores -asalariados y colaboradores- y con tanto despliegue en tantos sitios, nunca haya sido objeto de una investigación seria en cuanto a su financiación, operaciones y objetivos.

Volver al índice

Ir a la vigesimosegunda entrega