El blog del Puto Parao

Vigesimosexta entrega: Saboreando

Incomunicado lector,

no me gustan mucho las magdalenas y aún menos los dandis diletantes. Mi concepto del paso del tiempo es bastante vulgar. De todas formas, no hay nada poético en dejar que vayan pasando las horas que de un modo u otro de todas formas van a pasar.

Y no puede haber mucha poesía o delectación en recordar un trabajo de mierda, para qué nos vamos a engañar. Parece que, por eso, cuando digo de un modo cada vez menos consistente con la realidad que han pasado dos (2) días desde mi despido, veo aquel mundo cada vez más lejano. Cada vez con más frecuencia lo que me pregunto es cómo pude estar ochocientos (800) años respirando mierda, tratando mierdas con mimo, recogiendo mierda, procesando mierda, hablando de mierda, coordinando equipos de reubicación de mierda, siendo condescendiente con gente de mierda.

La poca añoranza que pudiera tener, que en realidad eran lloriqueos por una rutina perdida, se transforma hora a hora en liberación. Acostumbrándome a no tener una rutina de esclavo, me estoy dando cuenta de que el único temor que tengo es a la incertidumbre. Sin embargo, ¿no he vivido con ese mismo miedo toda mi vida de currante excramental? Estaba en la cárcel y con miedo. Bueno, el miedo sigue, pero la cárcel ya no.

Y sin embargo sigo recordando buenos momentos, que los hubo, con gente que también fue expulsada del negocio y con los que tenía más afinidad que con los que han quedado ahora, claramente más competentes que yo en la manipulación de contenido mierdoso.

Volviendo al presente, pienso que debería estar agradecido a todos los que han hecho posible esa liberación. Ya no suelo despertarme de madrugada y cuando me cruzo una mierda de perro por la calle sigo pensando en lo que estuviera pensando como si nada. A veces veo pasar furgonetas vacías de los excrementos ya reubicados y me escondo por si me reconoce el colaborador de calle.

Ya no me siento culpable si estoy en un cruce de calles que provoca una corriente refrescante, a la sombrita, un día de diario, cuando muchos están currando. Me subo a autobuses cuyo destino no me interesa (si algún día tengo carnet de paseo en autobús para jubilados, estaré más cerca del paraíso que cuando me muera) y veo la vida pasar con pocos aguijonazos de culpa.

En fin, desconocido lector, soy el adolescente expulsado de la clase de religión, fumándose un cigarrillo en una esquinita del patio de recreo, aunque ya soy viejo y hace siglos que no fumo.

Volver al índice

Ir a la vigesimoséptima entrega